Belén de Pará
Dieron un paseo por Belén de Pará. Gustó el puerto bullicioso, lleno de barcas, la hermosa iglesia de Nuestra Señora de Nazaré, el Orquidário do Coreto y el pintoresco mercado de Ver-o-Peso. Las calles estaban llenas de gente asomada a la puerta de su casa.
Mientras visitaban el puerto y el casco antiguo, uno sentía que se sumergía en el siglo XVII. Imaginaba cómo habría sido vivir en aquel siglo de casas coloniales pintadas de blanco, azul, rosa y amarillo pastel.
Los edificios parecieron hermosos y un poco destartalados, tachonados de azulejos, de techos de tejas y de farolas antiguas.
La imaginación todavía excitada por el paseo.
Resultó imposible dormir aquella noche en Belén. El ambiente olía a humedad y el sonido persistente del agua no tranquilizaba. La luna iluminaba la estancia con una claridad obstinada.
El calor hacía que se pasaran las horas muy lentamente, sumergidas en un extraño sopor.
Las compañeras de Belén no eran tan mundanas.
Coger el autobús al colegio, cada mañana, era el mejor momento del día. El vehículo destartalado iba muy despacio y el conductor sintonizaba una radio popular. Los pasajeros se movían al son de la música y, mientras las gruesas gotas de lluvia golpeaban los cristales, los desempañaban por dentro y miraban el casco antiguo imaginando historias de amor. Seguro que en aquellos balcones los enamorados habían cantado serenatas a sus amadas, y entre las rejas, exóticas mujeres habían escuchado sus palabras de seducción. En los desgastados adoquines, las pisadas de los traidores habían resonado en su huida en medio de la noche, y bajo los rayos blancos de la luna habían resplandecido las armas de los duelistas. En cada una de aquellas casas, había muerto gente y sus fantasmas tal vez rondaban a los vivos.
[···]
—¿Sí? ¿Quiénes son?
—El padre Pedro Salgado, un misionero español que lleva más de cincuenta años viviendo en la selva. La verdad es que no sé cómo lo hace para tener la vitalidad que tiene. Tiene párkinson y problemas de corazón. Sin embargo, todavía le quedan fuerzas para apoyar a los indígenas de estas tierras. Me encantaría que lo conocieras. Lo voy a invitar a cenar una noche, tiene cientos de historias que contar y es muy amable.
[···]
—¿Qué peligro os acecha? —le preguntó.
—Morfeu Soares. Uno de los seres más miserables que te puedas imaginar, aunque parece muy normal. Es un famoso multimillonario. Tiene negocios, coches de lujo, fantásticas mansiones, un jet privado y mucha popularidad.
[···]
—Todos los años, Soares prepara una gran fiesta en su hacienda e invita a mucha gente. Esta vez no va a ser menos. Las cosas le están yendo muy bien. Tengo entendido que ha vendido miles de hectáreas de selva a las multinacionales.
Teatro de la Paz
—¿Morfeus Soares? Es un hombre muy rico, nunca se sabe…. tal vez podría financiar con los fondos de alguna de sus fundaciones.
[···]
—Nos ha invitado a un concierto en el teatro de la Paz. Además, después del concierto habrá una recepción por todo lo alto.
[···] a la recepción de aquel hombre—. ¿Irá el padre Salgado?
—Supongo que sí, aunque creo que a Soares no le agrada demasiado.
Paseando por el centro de Belén, uno imaginaba cómo sería perderse entre la multitud del mercado. Delante de los escaparates, uno se detenía mirando vestidos, pero parecían demasiado coloridos para ir a una fiesta en un teatro y estar a la altura.
Mientras se caminaba se observaba el bullicio de la gente que bajaba del ferri cargada de bultos atados con un cordel y con maletas destartaladas. Belén podía ser apacible y ruidosa a la vez, y la gente iba de un lado a otro sin prestar demasiada atención a su alrededor. Caminaban y miraban las casas de colores pastel que tanto gustaban. En la catedral, era agradable el ambiente que allí se respiraba. Por la noche, la catedral se veía bordada de hileras de luces que dibujaban su silueta, y el mercado también tenía iluminadas sus torres. Resultaba imposible no imaginar a los meninos sem sonho vagando por las calles a sus anchas y en libertad.
El teatro resplandecía en mitad de la plaza de la República y, a lo lejos, como guardaespaldas, se veían las luces de los altos edificios del centro moderno. El interior pareció precioso. La tapicería roja de las butacas, cientos de luces encendidas, los palcos llenos de gente y el ambiente animado. Las señoras se habían arreglado con esmero. Llamaron la atención sus vestidos elegantes y la cantidad de joyas que llevaban.
De pronto, Soares había entrado en el teatro.
Morfeu Soares se estaba acercando rápidamente hacia ellos haciendo un gesto exagerado con los brazos.
[···]—exclamó—. Qué gusto que aceptaran mi invitación. Esta noche solo hemos invitado a lo más selecto de Brasil. Incluso habrá unos cuantos ministros. El tenor y la soprano han llegado directamente de Europa invitados por mí.
Tenía un aspecto muy normal. Soares era un hombre con bigote y sonrisa satisfecha. Alto, esbelto y con el cabello negro engominado. Parecía muy educado e iba bien vestido.
En su mirada había algo que inquietaba mucho.
—También ha venido, padre Salgado. Me alegro… —dijo sonriente entre dientes a un sacerdote jesuita de pelo blanco.
—Gracias. ¿Cómo está su hijo Saulo? —preguntó el sacerdote—. Hace casi dos años que no lo veo.
—Me temo que no quiere ver a nadie, padre. Cada vez está más alejado de todo. Usted se daría cuenta la última vez que vino a vernos.
—Lo recuerdo —admitió—. Fue muy triste. Aun así, me encantaría poder visitarlo algún día. Para bendecirlo y hablar con él. Ya sabe a qué me refiero.
—Claro —dijo Soares—.Tiene razón. Tal vez en la fiesta que daremos en El Dorado. Su salud está muy resentida y quizá sea bueno para él estar preparado. Tiene la misma enfermedad que su madre. Es muy delicado. —Soares hizo una pausa y continuó, …
—¿La mujer que está con Soares es su esposa? —le preguntaron al padre Salgado.
—Es su novia —rectificó el sacerdote—. Esperanza, la mujer de Soares, murió en extrañas circunstancias. Nunca se supo realmente qué ocurrió. Apareció ahogada en una poza cercana a la hacienda de El Dorado. Dicen que Soares tuvo algo que ver con su muerte. Saulo es su único hijo. Tiene dieciocho años y está enfermo.
Al preguntar sobre Saulo Soares.
—Es una historia muy extraña. No sé si contarla o no.
—¿Qué pasa con Saulo?
—Nadie lo sabe a ciencia cierta. El padre Salgado frecuentaba la hacienda cuando vivía la señora Soares. Por lo visto, era una buena persona. Una mujer de origen humilde, nada que ver con todos esos pavos reales que se han visto esta noche.
—Entonces, ¿por qué se casó con Soares?
—La casaron sus padres, por dinero. Según dicen, ella siempre fue infeliz al lado de Soares. Él lo sabía, pero se encaprichó de ella, pues era una mujer muy guapa. Dicen que murió en extrañas circunstancias. También hay una leyenda en torno a la hacienda de El Dorado. Se dice que cualquier joven que entra no vuelve a ser visto. Son habladurías. La hacienda de El Dorado está protegida por unas enormes medidas de seguridad. Cámaras, guardaespaldas, alarmas, perros… Es infranqueable, y el que lo intente tiene las de perder. Lo han intentado en un par de ocasiones y los incautos que se atrevieron salieron muy malheridos. Soares ha dado órdenes muy claras, pues se dice que posee una fortuna en piedras preciosas. No se sabe qué hay de cierto en todo esto… Ya sabemos que a la gente le encanta hablar de más.
—Pero ¿qué pasa con Saulo?
—En una ocasión, el padre Salgado aseguró que se trataba de un joven de una gran sensibilidad, muy parecido a su madre, aunque desde que ella murió está un poco desequilibrado. Vive recluido en la hacienda, y aunque estuvo a punto de marcharse a estudiar al extranjero, una enfermedad del corazón se lo impidió. Tiene su propia vivienda detrás de la casa principal y no recibe visitas.
—No sabemos cuánto hay de verdad en esta historia. Sólo se conoce la versión del padre Salgado, pero no se puede juzgar a nadie sin pruebas.
—¿Cuál es la versión del padre Salgado?
—Sea la que sea, no tiene fundamento; solo son especulaciones, habladurías.
—Pero ¿qué es lo que dice?
—Él piensa que en la hacienda de El Dorado hay algo turbio y que Saulo no está de acuerdo, como tampoco lo estaba su madre. Un día me habló acerca de una llave que abre un lugar terrible, pero son habladurías. Leyendas. De todas maneras, cuanto más rico eres, más rumores se generan. Muchos son fruto de la envidia.
—Es importante hablar con Saulo Soares la noche de la fiesta.
—Saulo estará en la fiesta. Vive ahí.
—Saulo tiene la llave de una de las rejas de la mina —explicó el menino—. Me lo dijo el padre Salgado. Su padre lo ignora. Solo sabe que su esposa encontró la mina y cuando amenazó con denunciarlo a las autoridades, la eliminó —explicó.
—¿Y Saulo lo sabe todo? —preguntó.
—El padre Salgado dice que Esperanza Soares tuvo tiempo de contarle a su hijo lo que había visto. Desde entonces, Saulo está encerrado en su pabellón. Su padre alega que está enfermo, pero el padre Salgado asegura que está bien, aunque es posible que Soares lo mantenga debilitado con algún tipo de medicamento o veneno para que no pueda marcharse. Espero que esté en condiciones de poder decir dónde la escondió.
—¿Cómo consiguió la llave? —preguntó.
—Se la dio su madre antes de morir, pero Soares no lo sabe —explicó el menino—. Pertenece a una salida de la mina que nunca se usa. Supongo que cree que se ha perdido. Colocaron explosivos cerca de las rejas que cierran la entrada de la mina y volver a usarla perjudicaría la estabilidad de la cantera.
—¿Qué se tiene que hacer?
—Cuando entren en la hacienda, tienen que hablar con Saulo. Lo encontrarán cerca del invernadero. Su casa está al lado. Él es el único que puede hacer algo. Intenta que entregue la llave. Dile que vamos de parte del padre Salgado —insistió el menino.
—Si Saulo quiere actuar, el día de la fiesta será su única posibilidad, pues al ser multitudinaria habrá representantes de los medios de comunicación, muchos invitados y mucha prensa. Soares tendrá cuidado…
La hacienda
Por fin el día había llegado. La hacienda de El Dorado no estaba demasiado lejos de Belén. El camino hasta la hacienda era muy hermoso. A medida que se acercaban, la carretera se iba volviendo más y más agreste. Aquella finca le había sido robada a la selva. De repente, desaparecía casi por completo entre los árboles y los invitados iban sumergiéndose en la espesura de un bosque misterioso y casi impenetrable.
Cuando uno empezaba a pensar que se había equivocado de camino ante uno apareció, a lo lejos, la hacienda. Era para quedarse sin aliento. Era la casa más bonita que uno había visto en su vida, situada delante del mar. Era blanca, de estilo colonial y estaba rodeada por el bosque. Tenía amplios balcones y galerías por donde corría el viento. Las tejas eran del mismo color rojo de aquella tierra fértil. Una tapia de piedra la rodeaba y la hacía inexpugnable. Aunque en algunas partes se adivinaba, recubierto por la vegetación, que allí estaba el omnipresente muro para impedir que alguien penetrara en la propiedad.
A medida que se fueron acercando vieron a los responsables de seguridad y a los guardaespaldas de Soares, con sus gestos arrogantes y sus rostros inquisitivos. Por todo el camino había lujosos coches aparcados. En una larga hilera.
Se dispusieron a bajar caminando por una avenida de palmeras muy antiguas.
Nada más entrar en el jardín de El Dorado, uno experimentaba un poco de recelo al ver que los guardaespaldas pedían a los invitados que se identificaran.
—Permitid que os acompañe al jardín interior —sugirió Soares—. Por si alguien quiere bañarse, tenemos bañadores a vuestra disposición en la piscina. De todas las tallas, formas y colores. Os acompaño al bar —dijo guiñando un ojo.
Un grupo de bossa nova tocaba en un jardín exuberante, muy cuidado. Aquella música y la belleza del lugar hacían que uno se sintiera muy a gusto. Todos los invitados eran ricos y todas las mujeres eran, o al menos así lo parecían, jóvenes. Sus cuerpos perfectos y bronceados lucían vestidos carísimos, bolsos y zapatos de pieles prohibidas, y joyas de tamaños sorprendentes.
—Morfeu, ¿ha llegado ya el padre Salgado? —le preguntó una voz esperanzada.
—Hace un ratito, pero creo que primero va a visitar a Saulo. Mi pobre muchacho cada día está peor…
—¿Y no mejora? —preguntó.
—No. A veces temo por su vida. Ya me entiendes…
—Lo siento mucho.
Soares miró a otra.
—¿No quieres bañarte? El agua de la piscina está perfecta.
[···]
—Bien, os dejo, que mi prometida debe de estar preguntándose donde estoy. Nos vemos más tarde.
—¿Puedo dar una vuelta por el jardín, señor Soares? Es precioso. Hay plantas que jamás habíamos visto…
—Naturalmente. Pero no te pierdas, que esto es muy grande. Y no me llames señor, llámame solo Morfeu y, sobre todo, no tengas miedo si te encuentras con algún guardaespaldas. Están aquí para proteger de los malos.
Dieron una vuelta por los jardines hasta llegar a una balaustrada desde la que se veía el mar. Al asomarse, uno comprobó que había un pequeño embarcadero en el que se veía fondeado un yate de gran tamaño. Algo habían leído sobre ese famoso barco.
—Ese debe ser el barco de Soares. Se ha leído en alguna revista que todos los grifos son de oro.
—Y la vajilla también. ¡Qué ostentación tan inútil! A estas personas —señaló con la cabeza en dirección a la fiesta— no les importa nada excepto ellas mismas. Pero no pensemos en cosas desagradables, mira qué paisaje tan hermoso…
A lo lejos se veía una de las muchas islas cercanas. Cerrados los ojos, encantaba el olor del mar. Permanecieron un rato mirando el paisaje y luego se adentraron en un camino bordeado de tupidos árboles hasta llegar a una especie de invernadero muy antiguo, repleto de plantas extrañas. Se notaba que quien se encargaba de aquella parte del jardín tenía muy buen gusto. Las plantas estaban colocadas en macetones artísticos. A lo lejos se seguía escuchando la música y llegaba el aire marino. La sombra de las plantas creaba extrañas formas en el invernadero. Un mirador estaba situado cerca, de donde salía una escalera que bajaba hasta la playa. Sin embargo, por mi parte, entremos a curiosear en el invernadero. Sentados en uno de los bancos, pongámonos a observar las plantas. La calma era total. El aroma y la música sumergieron en una especie de letargo.
Los rayos del sol entraban en haces dorados a través de las ventanas semiabiertas.
—¿Qué haces aquí? —escucha que decían.
—¡Qué susto me has dado!
Es todo lo que uno pudo decir mientras observaba al joven que había hablado. Era un chico moreno, de unos dieciocho años, pálido, ojeroso y de aspecto cansado. Tomó asiento en el banco.
—¿Quién eres? —preguntó de nuevo el joven.
El joven acercó su mano y cabe de notar que no tenía nada de vitalidad. Le hubiera gustado a uno pasarle algo de la suya a aquel joven con tan mal aspecto.
—¿Y tú eres…? —preguntó, aunque ya se imaginaba quien era.
—Saulo Soares.
—¿El hijo del señor Soares?
El joven sonrió con ironía.
—¿Estás enfermo? Pareces cansado.
—¿Acaso no es evidente?
—¿Qué tienes exactamente, si no es mucha indiscreción?
—Una enfermedad rara que afecta a mi corazón.
El joven pareció pensar. Se notaba que le costaba mucho esfuerzo.
—Entiendo, entonces… El padre Salgado, con quien acabo de hablar hace unos instantes, me ha hablado de una famosa doctora. Tengo muchas ganas de conocerla. Tal vez ella encuentre el remedio para mi enfermedad.
El joven se quedó mirando de una manera extraña.
—¿Qué síntomas tienes?
—Un cansancio tremendo. No tengo apetito. Todo me cuesta mucho. Casi no puedo pensar, y moverme me supone un verdadero esfuerzo. Mi corazón late tan débilmente que, a veces, por las noches, pienso que en cualquier momento cerraré los ojos y se parará del todo —explicó—. La verdad es que no creo que viva mucho tiempo porque cada vez estoy peor. Además, siempre me siento triste —aseguró con dulzura—. ¿Te gusta mi invernadero? —preguntó.
—Es precioso.
—Es la única cosa que me motiva en la vida. Soy feliz cuando cuido mis plantas. Son mis únicas compañeras. Ven, que voy a enseñar mis preferidas. Se abren al anochecer —dijo.
Y condujo fuera del invernadero en dirección a un estanque cercano en el cual se veían unas enormes plantas de flores blancas con grandes hojas circulares que flotaban en el agua.
—Esta es la Victoria regia. ¿No te parece preciosa? —La señaló con la mano, miró y sonrió.
—Sí. Es muy bonita y ese olor… —aspiró el aroma— es fantástico, parece albaricoque. Saulo, ¿puedes darme la llave de la mina? —susurró con disimulo mientras acercaba su cara a la planta para olerla de cerca.
Saulo miró fijamente. Sus ojos negros y hundidos brillaron.
—¿Quién te envía? —Saulo se inclinó sobre una de las hojas ocultando su rostro.
—Los meninos sem sonho. Son los protegidos del padre Salgado. —Al meter la mano en el estanque… El agua estaba templada.
—Los conozco. No hables más —dijo Saulo y se inclinó junto al estanque—. Vendré a buscar a eso de las once detrás de la carpa que hay cerca de la piscina —dijo en voz muy baja acariciando una flor.
—De acuerdo.
Entraron de nuevo en el invernadero.
—¿Sabes por qué huele tan bien la Victoria regia? —preguntó Saulo.
—Ni idea.
—Para atraer a las abejas polinizadoras. Una vez que se adentran en ella, se quedan atrapadas.
—Todas estas plantas son muy crueles, ¿no?
—El mundo es un lugar cruel.
—Di, ¿no te cansa cuidar las plantas?
—Sí, mucho —contestó Saulo.
—Si estás tan enfermo, ¿por qué no consultas a un especialista de otro país?
—Porque aquí tengo a los doctores de mi padre para que me atiendan.
—Pero si te ven otros especialistas podrían darte otra opinión.
—Mis médicos son muy buenos.
—Tienes toda la razón. Gracias por tu confianza, hijo —dijo Soares, que había estado escuchando la conversación escondido detrás de las plantas del invernadero.
—¡Señor Soares, está usted ahí…! —exclamó, sorprendido. ¿Cuánto tiempo llevaría oculto? Por eso Saulo había llevado al estanque.
—Saulo está en buenas manos. Las mías —dijo Morfeu Soares mostrando sus manos, largas y elegantes—. Aunque es cierto que tal vez sería interesante que esa médico le echara un vistazo.
—Bien, ahora he de irme. No voy a ir a la fiesta, papá. Estoy muy cansado —dijo Saulo.
—Me parece bien, Saulo. Tienes que descansar.
—Ha sido un placer conocerte… se despidió.
—Lo mismo digo —Saulo sonrió y se marchó arrastrando los pies hacia la puerta del invernadero que lo conducía directamente a su casa.
—Nosotros volvemos a la fiesta —dijo Soares—. Veo que mi hijo ha enseñado su estanque. Le encantan las plantas acuáticas.
—Así es, señor Soares.
Miró fijamente con sus ojos fríos. Caminaron juntos en dirección a la fiesta mientras él contaba la historia de la casa sin dejar de observar.
El padre Salgado salió a su encuentro. Fue como sentir una ráfaga de aire limpio en el rostro.
—Por fin te encuentro.
—Aquí se la traigo sana y salva, padre —dijo Soares—. Estaba curioseando por la casa. Me la he encontrado en el invernadero, charlando con mi hijo. Ese bendito chico estará agotado mañana. Han sido demasiadas emociones para su débil corazón.
—Gracias, Morfeu.
Morfeu Soares se acercó con una copa en la mano, en compañía de su novia. Se notaba que empezaba a estar bajo los efectos del alcohol.
—Si quieres puedo hacer que cante esta canción hasta que os canséis de escucharla, solo tienes que decirlo —aseguró Soares.
—Por lo que veo solo la alta sociedad se está divirtiendo en esta fiesta, pero vosotros —miró al padre Salgado y a los suyos—, ¿os lo estáis pasando bien? No está llena de personas espirituales e intelectuales, supongo…
—Creo que en este país hay más gente espiritual de lo que parece —dijo el padre Salgado.
—Me encantan las personas como usted, padre Salgado, siempre pensando que hay algo bueno en el interior de los seres humanos —dijo Soares—. Me encantaría pensar lo mismo, pero no he tenido la suerte de estar inspirado por Dios y, además, cuando miro a mi alrededor, creo que a la gente le gustan más mis fiestas que sus reuniones dominicales.
La novia de Soares soltó una risita mientras jugaba con el collar que llevaba en el cuello.
—Los asistentes a sus fiestas son más ricos que sus feligreses…
—Le aseguro que si sus feligreses fueran ricos serían más parecidos a mis amigos —dijo Soares. Miró con expresión amable.
[···]
—Seguid divirtiéndoos a mi salud —dijo Soares, satisfecho.
—Lo haremos. Gracias.
Rescate
Pasó el tiempo y esperaba en vano una señal de Saulo mientras le pedía a Dios que Morfeu Soares no lo viera. Acababan de llegar algunos invitados pertenecientes a los medios de comunicación, pues a Soares le encantaba aparecer en televisión. [···] se dirigió hacia una parte poco iluminada detrás de la carpa blanca, tal y como había indicado Saulo. Allí notó como alguien le tocaba el hombro. Se giró. Era Saulo.
—Por fin, empezaba a creer que ya no ibas a venir —dijo la joven.
—Vamos para allí. Pase lo que pase no mires atrás. No tengas miedo —dijo Saulo.
—De acuerdo.
—Yo sé dónde no hay cámaras.
—Pero si casi no puedes andar.
—No te preocupes. Toma la llave. Únicamente tú puedes liberarlos. Yo no tengo suficiente fuerza en los brazos, ¿entendido? Si empiezan a disparar no te pares, aunque me hieran, aunque me maten. Pase lo que pase, sigue adelante. Hemos de conseguirlo. Si algo me sucede, recuerda que la llave pertenece a la entrada más cercana a la selva. ¡Vamos!
Saulo empezó a andar a paso rápido en dirección a la mina. Él llevaba una minúscula linterna para alumbrar el suelo y no tropezar. Afortunadamente había luna llena y bastante claridad. A medida que avanzaban, la sensación de que estaban en peligro iba en aumento.
A lo lejos se escucharon unas voces y el ladrido de unos perros. Después unos susurros entre los matorrales. Eran los matones de Soares.
—Creo que los perros ya nos han olido. Apagaré la linterna —dijo el muchacho.
Se escucharon más voces y después varios tiros.
—No te preocupes. Los conozco bien, están disparando al aire —dijo Saulo.
Continuaron su silenciosa carrera unos pocos metros, corriendo en línea recta. Uno no entendía muy bien cómo aquel chico que parecía tan enfermo hacia unas horas podía estar huyendo con tanta seguridad.
—No comprendo cómo eres capaz de correr si esta tarde a duras penas podías respirar —jadeó su compañera.
—No he comido ni bebido en dos días. Esa es la manera que tienen de debilitarme. Estoy un poco mejor. ¿No llevarás un poco de agua por casualidad? —resopló Saulo.
—No. ¿Cómo puedes saber dónde no hay cámaras?
—Conozco perfectamente la ruta —afirmó.
Nunca imaginó que aquella finca fuera tan grande. Por fin llegaron a una zona donde no había ni un árbol. Ni un matorral siquiera.
—Hemos llegado —dijo Saulo con la voz quebrada por el cansancio—. ¡Lo vamos a conseguir! —le oyó exclamar ella.
El joven, que miraba con expresión grave, le habló con un hilo de voz.
—Hay algo que quiero explicarte.
—Dime.
—Cuando desapareció la llave, los matones de mi padre se dedicaron a intimidar a los chicos de la mina, por si alguno de ellos la tenía. Cada cierto tiempo dejaban abierta la reja para ver si intentaban escapar. A veces, especialmente al principio, algunos salían y los atrapaban. Ahora ya no intentan escapar.
—¿Nunca?
Saulo calló un instante para tomar aliento. Cada vez se le veía más agotado.
—Nunca. Saben que es imposible salir de la mina porque les están esperando fuera. No saldrán ni aunque abramos la reja. Tendrás que bajar a la mina. Me gustaría bajar, pero no lo resistiría y necesito tu ayuda. Solo tú puedes convencerlos para que salgan. Tendrás que ser muy rápida.
Se escucharon nuevos tiros y ella decidió seguir a Saulo campo a través hasta llegar al otro lado de la mina. Sentía que no podía más.
Saulo corrió hacia la salida y se dirigió a una entrada excavada en la tierra. Ante ellos se erguía una pequeña puerta de hierro forjado.
Saulo intentó abrir la reja, pero las manos le temblaban tanto por el esfuerzo que había hecho, que no podía meter la llave en la cerradura. Cuando por fin lo consiguió, no pudo girarla.
[···]
El miedo que sintió ella le daba alas y llegó adonde estaba Saulo, que estaba esperando. No tuvo tiempo de decir nada. Saulo la atrajo hacia sí mientras un río de jóvenes empezó a salir de manera incontrolada por aquella puerta. No podían ni contarlos.
—Tenemos que sacarlos de aquí. ¡Vamos hacia la selva, la zona donde no están los matones de mi padre! —gritó Saulo.
A lo lejos vieron los rostros de los meninos sem sonho que llegaban en su ayuda.
Demasiado tarde. Algunos de los muchachos habían corrido desordenadamente hacia su libertad. Se acercaban los hombres de Soares con las armas.
—¡Al suelo! ¡Todos al suelo!
La mayor parte de los chicos se pusieron a salvo con gran rapidez tirándose al suelo, tal y como les habían indicado. Parecía estar viviendo una película. Todo era muy irreal. A lo lejos se pudieron percibir unos flashes. Parecía que alguien estaba fotografiando lo sucedido.
[···]
—¿Están todos bien? —fue todo lo que ella atinó a preguntar con las pocas fuerzas que tenía.
—¿Quiénes?
—Los chicos.
—Sí. Los hemos puesto a salvo. [···] ¿Qué hacías ahí, si es que se puede saber?
—Hice lo que me dijo Saulo.
—Saulo Soares ha sido muy valiente, pero no tenía que haberte inmiscuido en este asunto —dijo.
—Me alegro de que lo hiciera.
—Saulo avisó a la policía y existen fotos de todo lo sucedido. Parece ser que desde la muerte de su madre, Saulo sabía lo que sucedía en la mina y planeó la fuga. Incluso alertó a la prensa aquella noche.
—¿Cómo está él? —preguntó.
—Débil. Me han comentado ciertos colegas que no entienden cómo sacó fuerzas para liberar a esos jóvenes. La puerta de metal estaba muy oxidada. Tuvo que hacer mucha fuerza para abrirla, dado su estado. Por lo visto, Morfeu Soares lo mantenía enfermo y el muchacho fingía estar trastornado para conseguir sus objetivos.
—Gustaría ir a verlo.
—Iremos a visitarlo. Está ingresado en una clínica. Será uno de los principales testigos contra su padre.
—Necesitan hablar con Saulo.
—Aseguro que iremos, [···]
El hecho había trascendido y todos estaban pendientes de lo sucedido. Algunas personas lo encontraban tan excesivo que creían que no era cierto. En pleno siglo XXI, el magnate y terrateniente Morfeu Soares hacía trabajar a niños para aumentar el rendimiento económico de sus minas. También se acusaba a Soares de haber colaborado en el asesinato del ecologista João Ribeira.
Por primera vez, se reconocía públicamente que la salvación de aquellos muchachos había sido gracias a Saulo. Una foto suya aparecía en todos los periódicos. Estaban felices de que por lo menos se reconociera su gran valor. La doctora se afanaba en cuidar a los muchachos liberados y en buscar una manera de mitigar su sufrimiento. Casi todos estaban enfermos a causa de las largas jornadas bajo tierra. Tenían molestias pulmonares debidas al mercurio y a otros minerales que se hallaban a muchos metros bajo tierra. La mayoría, además, sufría una desnutrición severa.
Morfeu Soares lo negó todo. Saulo, que tras un par de semanas alejado de los doctores de su padre tenía mucho mejor aspecto, estaba protegido por la policía como testigo. La suerte estaba echada.
Fueron a visitar a Saulo en la clínica donde se estaba recuperando.
—Lo sabías todo, Saulo —le dijeron cuando se quedaron a solas.
—Así es —afirmó él—. Llevaba años soñando con acabar con esta pesadilla. Mi padre sabía que yo conocía la existencia de la mina. Creo que si no me eliminó como a mi madre fue porque durante todo este tiempo fingí estar un poco loco y porque soy su hijo.
—¿Fingías siempre?
—Desde el primer momento hice lo que mi madre me dijo. Yo tenía doce años cuando ella murió. Un día encontró la mina y a partir de aquel momento se dedicó a visitar a los niños —explicó—. Les llevaba comida e intentaba consolarlos. Consiguió una llave. No sé como lo hizo, pero nos ha sido de gran utilidad. Por cierto… —Saulo miró burlón.
Las ojeras de Saulo habían desaparecido, pero todavía estaba muy delgado.
—Creo que mi madre planeaba liberarlos y fue ella quien habló con el padre Salgado. Mi padre se enteró de que había descubierto su secreto y se deshizo de ella. Después alegó que se había ahogado en misteriosas circunstancias. Evidentemente, un médico sobornado por mi padre confirmó el fallecimiento.
—¡Eso es espantoso!
—Sin duda, pero por suerte para nosotros, lo que nunca supo mi padre es que mi madre me dio la llave y me contó su secreto. Ella lo tenía todo previsto, conocía bien a mi padre. Me dijo que si a ella le sucedía algo, tenía que fingir estar trastornado y guardar la llave. También me dijo que solo confiara en mí mismo. La obedecí y fingí estar perturbado. No se trataba solo de mí, sino también de todos esos chicos encerrados.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer?
—Los médicos dicen que va a pasar algo de tiempo hasta que me recupere del todo, pero que me pondré bien.
—¿Por qué has esperado tanto tiempo para liberar a los niños de la mina? Tienes la llave desde que murió tu madre.
—No ha sido tan fácil —dijo Saulo—. Primero tuve que superar el trauma de su muerte. Yo era un adolescente apenas. Después. me enteré de lo que hacía mi padre. Le dije que pensaba irme y empecé a enfermar. Al principio no caí en la cuenta de que era él quien me estaba envenenando. Me fue incomunicando y yo no podía hacer nada solo. Además, era necesario que lo viera todo el mundo. Únicamente podía ser el día de la gran fiesta, en la que había periodistas.
Autora
Mar Cole
Autora de madre catalana y padre costarricense, vivió en Barranquilla hasta los cinco meses y luego cruzó el Atlántico con rumbo a Barcelona. Allí, junto a su abuelo materno, descubrió su biblioteca y el placer de leer. Sus estancias en Costa Rica fueron decisivas para descubrir paisajes de asombrosa belleza y desarrollar una sensibilidad especial hacia la naturaleza y a favor de la defensa del medio ambiente.
La acción transcurre en Belén, una pequeña ciudad de Brasil, y se centra en torno a los niños de la noche, pequeños abandonados que viven en la selva, protegidos por un sacerdote, y que tratan de escapar de un hacendado que los explota en sus minas de manera esclavista.
Saulo Soares, el hijo de un terrible explotador de la región de la Amazonia, lucha por liberar a los meninos sem sonho de su esclavitud actual.
En la Amazonia, nos vemos involucrados en una aventura con los meninos sem sonho, un grupo de chicos que viven en la selva del Amazonas y que han escapado de Morfeu Soares, un terrateniente que los obligaba a trabajar en su mina. Saulo, el hijo de Soares, luchará por liberar a los muchachos presos en la mina.